“Hace tiempo leí que con 50 años habremos conocido a lo largo de nuestra
vida a unas 20.000 personas. Haciendo una regla de tres, obtuve que un joven de
15 años habría conocido aproximadamente a 6.000 personas. Pongamos
que la mitad de esas personas, es decir 3.000 son hombres y la otra mitad
mujeres. Y supongamos que de esos 3.000, solo 1/3 están dentro del margen de
edad en el que se incluyen todas las personas con la que podríamos tener
una relación. Es decir, descartamos 2/3, donde se encontrarían aquellas
personas de las que nunca podríamos enamorarnos: familiares cercanos, ancianos,
niños pequeños... Nos queda el siguiente número 1.000. De todas esas personas,
nos enamoramos de una sola. Estamos hablando de una milésima parte 0,001. Y a
su vez, esa persona se enamora de una sola entre 1000. De esta manera, la
probabilidad de que la persona de la que uno se enamora sea precisamente la
persona que se enamora de uno, es según las matemáticas (1/1.000) · (1/1.000),
lo que es igual a una posibilidad entre un millón,
1/1.000.000. Así que, si se diera esa improbable situación de
poder estar con la persona que quieres, que el destino ignorase las otras
999.999 opciones y convirtiera esa única probabilidad que había entre un
millón, en un hecho, en una realidad, ¿qué sentido tendría no aprovecharla, qué
más da lo que venga luego, qué importa lo complicadas que sean
las circunstancias? Si lo más difícil, lo que tenía una posibilidad entre
un millón de ocurrir, ya ha ocurrido.”
Mucha gente nunca se enamora a lo largo de su vida y yo con
tan solo 20 años puedo decir que he tenido la suerte (¿o no?) de enamorarme, no
una, sino dos veces. No, no me arrepiento de haber querido a ninguna de estas
dos personas porque era lo que sentía en ese momento. Di lo mejor de mí, en las
dos ocasiones, pero ninguna de las dos salió bien.
La primera de todas se fue desgastando con la distancia. “Si
dos personas se quieren de verdad soportan hasta la más grande de las
distancias”. Quizás si, pero yo he vivido lo que es no tener a esa persona
cerca, no poder ver su sonrisa, besarle, o poder darle un simple abrazo. Si,
existen los ordenadores, el móvil o incluso las cartas, pero NO es lo mismo.
Personalmente lo pasé muy mal, soy una persona muy cariñosa y necesito sentir a
la persona que quiero cerca y la distancia me fue superando día a día, y a él
también. Así, que mutuamente decidimos dejar la relación. Creo que fue la mejor
decisión, o al menos eso decía mi madre.
La segunda….se acabó hace poco. Creía que él era “mi
excepción”, y me equivoqué, otra vez. Lo di todo, y más. Aun así, no recibí
nada a cambio. No puedo decir de él que es una mala persona porque no lo es.
Simplemente, pensamos y sentimos de forma distinta. Él nunca anteponía sus
sentimientos hacía mí. Nunca fui su primera opción, el trabajo o los estudios
siempre estaban por encima de mí. No digo que eso no sea importante, que por
supuesto que lo es (y más con los tiempos que corren), pero si realmente
quieres a alguien sacas tiempo de debajo las piedras, aunque sean cinco minutos.
A pesar de eso, me repitió y me hizo creer que me quería y que habría un “para
siempre”. De un día para otro me suelta que se va a vivir fuera, un año, sin ni
siquiera consultármelo antes. Me dice que se ha acabado, que las relaciones a
distancia no funcionan. Y me lo dice a mi ¿sabéis? Yo, que mejor que nadie sé lo
que se siente al tener lejos a la persona que más cerca quieres tener. Pues no,
ni me pidió opinión ni nada. Simplemente, me voy, se acabó. Eso es lo que le
importaba, nada. Lo más grave de todo es que yo por él, estaría dispuesta a
volver a pasar por una relación a distancia (esta vez de MUCHOS más kilómetros)
y mucho más. Pero no, no voy a dar un paso más por alguien así, ya no. Creo que
me merezco algo mejor. Des de que me soltó la gran bomba no hemos vuelto a
hablar, ni tan siquiera ha sido capaz de preguntarme cómo estoy…Otra vez más,
se confirma mi teoría, le importaba una mierda, y bien grande. Mi madre llevaba
tiempo advirtiéndome, pero supongo que yo no quería verlo. Las madres siempre
tienen razón, o al menos, la mía sí.
Así que aquí estoy, tras dos relaciones amorosas sin
final feliz. Pero ¿sabéis qué? No pienso deprimirme
ni soltar una lágrima más, porque no me lo merezco. Ahora es el momento de
encontrarme a mi misma, de vivir la vida cómo yo quiera, es el momento de ser
feliz. Y no tengáis ninguna duda que lo voy a conseguir!
.~África~.